El Doctor Heinrich DeFigaro

    «Cuando te apagas es mejor quedarse solo». El Doctor DeFigaro tomó un sorbo de su Martini seco y prosiguió con voz cansada. «Así sucede, de un día para otro. Ayer eres el alma de la fiesta y hoy te levantas a mediodía y ya no eres nada. Cero. Un periódico viejo encima de la mesa, un café frío y ninguna llamada en el contestador. Sales a la calle y un pájaro te caga en el ala del sombrero. Llevo sombrero desde mucho antes de ser famoso, ¿sabe?. Mi padre era todo un caballero. Tenía una colección de sombreros sensacional. Se pegó un tiro después de automutilarse los genitales. Perdió la cabeza por una adolescente y no pudo superar el acoso moral al que se tuvo que enfrentar».
    El Doctor DeFigaro hablaba en un tono coloquial y directo. El que fuera prestigioso historiador y coautor de algunas de las investigaciones más importantes sobre la búsqueda de energías alternativas durante la década de los ochenta estaba visiblemente trasnochado. Le pesaban los párpados y apestaba a tabaco. A pesar de todo, su aspecto seguía siendo el de un apuesto gentleman.
    «He venido aquí para contarle estas cosas a cambio de dinero, quiero que ponga esto en su revista. No me gusta conceder entrevistas. Si por mí fuera estaría todo el tiempo encerrado en mi apartamento, a salvo de las personas. Las personas son ruidosas y no entienden nada. Se agrupan según estúpidas afinidades porque temen estar a solas consigo. Se tienen auténtico pavor a sí mismas. Yo antes me relacionaba con cientos de personas de todos los estratos sociales. Sufrí un grave y vergonzoso accidente doméstico hace ya más de diez años que me mantuvo postrado en la cama de un hospital durante casi nueve meses. Cuando logré salir de allí ya nadie me llamaba por teléfono. Seguí escribiendo artículos para mi editor, pero no publicó ninguno. Mi ex-mujer y mi hijo se habían mudado a la casa del amante de ella. Siempre supe que tenía un amante, pero nunca me importó realmente. Sólo mi trabajo conseguía producirme alguna emoción. Para empeorar las cosas, habían edificado un imponente bloque de viviendas justo enfrente del mío, con lo que mi apartamento era aún más oscuro que antes».

[Estúpido intercambio de pareceres sobre la iluminación de las viviendas…]

    «Pero no ponga esa cara de compasión, hombre. En realidad soy tremendamente feliz. Llevo una vida apacible y completamente ajena a los conflictos interpersonales. No más rencor, ni reproches, ni malentendidos, ni nada de nada. Tan sólo de cuando en cuando me gusta disfrutar de la compañía de alguna prostituta, siempre a domicilio. Y de mis discos de Maria Callas».
    En este momento, el Dr. DeFigaro se alzó la manga de su chaqueta y miró su reloj, un reloj digital barato con la esfera rayada.
    «Bien, esto es lo que da de sí mi cuarto de hora con usted. Por favor, envíenme el cheque por correo. Buenas tardes».
    Se levantó y me dio un apretón de manos. Se colocó su sombrero, pagó la cuenta y me sonrió mientras cruzaba la puerta del café. La entrevista ha sido una puta mierda, pero al menos me he tomado un gin tonic por todo el morro.

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