Negro mate

    El Señor A y el Señor B se reúnen en una pequeña habitación de hotel a las afueras de una gran ciudad. Es el último día de 1993. Ambos están sentados alrededor de una mesa circular cubierta con un mantel de plástico de dudoso gusto. El Señor A se decide, por fin, a iniciar una conversación:
        A: bien, ¿lo tiene
        B: aquí mismo… lo tengo aquí mismo.
        A: veamoslo.
    En este momento el Señor B coloca sobre la mesa un maletín negro mate de pequeñas dimensiones. Gira tres pequeñas ruedecillas doradas hasta componer la combinación que ha de abrirlo… click. La cerradura está abierta. El Señor B gira el maletín hacia el Señor A.
        A: no tenía esta sensación desde 1986.
    El Señor A no habla mucho. Es un hombre de mediana edad, quizás un tanto avejentado debido a sus perpetuos problemas de salud; tez morena, ojos hundidos y nariz grande llena de marcas; luce un pequeño bigote poco poblado, un tanto ridículo. Pero su vestimenta es impecable. Hay un sombrero colgado en un perchero de madera en la otra esquina de la habitación. El sombrero parece demasiado peque­ño para su cabeza; no obstante, en el interior lleva bordado «Señor A» con hilo dorado. Es suyo, sin duda.
    Después de observar atentamente durante treinta interminables segundos el maletín que tiene ante sí, alarga sus huesudas manos hacia él. Como antenas hacia el cielo. Abre el maletín de repente. Entretanto, el Señor B ha encendido un cigarrillo de marihuana y observa con ojos vidriosos los movimientos del Señor A.
    Cuatro años más tarde, ambos hombres se vuelven a reunir en una habitación de hotel de la misma ciudad. Sus rostros han envejecido décadas. El Señor B ha perdido el dedo meñique de su mano derecha en un accidente de motocicleta. Tiene la mirada extraviada y no siempre es capaz de expresarse de forma coherente. Por el contrario, el Señor A tiene la lucidez de un joven de veinticinco años, a pesar de su mal aspecto. Ya no viste de forma impecable ni usa sombrero.
    En el momento en que ambos hombres se vuelven a encontrar, el pequeño maletín negro mate viaja en un avión rumbo a Helsinki. En esta ocasión no intercambian palabras. Se limitan a sentarse alrededor de una mesa circular cubierta con un hermoso mantel de lino mientras esperan a que suceda algo. A las seis horas, el Señor A se levanta de la silla y abandona la habitación. Noventa minutos después el Señor B decide también marcharse.
    El maletín nunca volvió a manos de ninguno de ambos hombres. En la actualidad, permanece encerrado en una caja de seguridad de una sucursal de un banco europeo en Nueva Orleans.

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