Mis vecinas 1

Tengo dos vecinas y un vecino que es abogado. Es decir, que los enemigos me andan rodeando. Nos separan una mala fila de ladrillos.
Víctor, abogado de placa en la puerta es un treintañero de caro vestir, beta menos y gomina abc, que todas las tardes saca a pasear a su novia yorkshire y a su perra rubia ladrona.
He coincidido con él unos cinco ascensores. Es sonriente y agradable. Yo hago todo el esfuerzo por no verle como un abogado. Mantenemos una cordial conversación de ascensor. Víctor no me despierta ninguna mayor curiosidad, como puede ser lógico.
Nunca he coincidido con mis vecinas. Toda mi relación con ellas se centra en la mirilla, en sus tacones y en sus nombres de buzón sin hombre. Es todo imaginación. Y eso siempre es terrible.


Nuria es la morena de los tacones más altos y el culo más gordo. Se peina mucho la melena de folclórica antes de entrar en el ascensor (quién sabe lo que hará dentro).
Lleva muchas faldas ceñidas, un poco de mamá, quizá divorciada. Ya deseo ver sus medias de otoño. Sale los fines de semana pero siempre vuelve sola y pronto.
Vuelve con paso firme.
Pienso que el mejor compás, el más loco ritmo de tango lo tienen las agujas de una mujer andando.
De día debe trabajar. Ojalá fuera cajera, pero tiene toda la pinta de trabajar detrás de una mesa absurda de cualquier prisión burócrata de esas. Nunca oigo en su casa música. Ya he comprobado que la mía se oye hasta en el tercero. Se oyen sólo tacones. Con el fonendo, la tele a veces. No habla, no se ríe, no canta. ¿Qué tipo de mujer anda por casa con tacones?
El perfil de mirilla, que no difiere mucho de la visión de borracho a las cinco de la mañana, me da la apariencia de que no es fea, que tiene tetas y que es orgullosa y autosuficiente.
Luego de cerrarse la puerta del ascensor salgo al descansillo a oler. Eso también me lo ha enseñado mi perro. Nuria huele a bofetada. Vean qué conexiones tienen los sentidos. Ese tipo de perfume hace poner el mismo gesto de saborear una cebolla, como el silbar inspirado de las serpientes.
María es rubia y más alta. Sale muy poco de casa o entra muy poco en ella. Con ella no comparto pared. Esta sí que esta buena. Son de las mujeres que a escondidas te hacen ganas de sentirte un canalla.
Y como es guapa, no me he fijado en los detalles. Sólo en su cara. Como siempre la bisutería, la cosmética, los adelgazamientos, los escotes y demás, son esas trampas que usan las feas.
María es guapa pero no tiene cara de buena. Viste elegantes trajes de cara al público. Siempre rebusca en el bolso y suele volver a su apartamento a por algo olvidado.
María huele a rubia.
Y yo me pregunto si entre ellas se conocen, si ya se han comparados los vestires y las formas. Ay! Si también usaran sus mirillas. Cada vez que estoy en el descansillo, guiño el ojo a las suyas. Quizá un día lo hagan en la mía. Aunque no lo deseo.
He adoptado una nueva costumbre. Cuando veo alguna mata de flores arranco tres, pidiéndole perdón al resto. Al llegar a casa, meto una flor para Nuria, otra para María y la otra en el mío.
No recibo cartas, por lo que uso mi buzón de caja de sorpresas y flores muertas. Lo abriré al irme definitivamente.
Más o menos os he descrito los puntos clave donde apoyo las fantasías con mis vecinas. Mejor así. La mujer donde más bella está es en la imaginación de los hombres. Y un hombre donde más seguro está, es imaginando mujeres.
De estas son actualmente mis relaciones con lo femenino. De observatorio astronómico. A años luz de distancia. Aprendiendo sus constelaciones; sus movimientos y frecuencias, como para poder saber identificar al meteoro que me caerá un día en la frente. Ese si que será un fin del mundo. Hay que escoger entre amar a las mujeres o comprenderlas. No hay término medio. Bueno, y porque es un placer mirar a las mujeres. Son lo más bonito de lo más bello de la naturaleza. Pero lejos, y de lejos.
El domingo tuve valor en hacer algo extraordinario. Aún lo estoy escribiendo. Me dejó convulso y sin respuestas. Tengo muchas dudas en publicarlo aquí. En realidad no se si debiera postear. Me gusta pasar inadvertido; invisible. Poner un texto de varias páginas en portada es una tiranía. No quiero que nadie se sienta obligado, porque no creo que mis conclusiones valgan para otro. Intentaré en todo lo posible sólo describir y no opinar. Depende como vaya todo para pasar ciertos textos de mi diario al vuestro.
¿Y qué harán mis vecinas con sus flores?

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