Las Siete Esferas

En un principio creó Elohim los cielos y la tierra. Empezaré desde el inicio.
Yo debía estar cruzando un túnel, besando el cuerpo de alguna antigua novia, paseando por jardines del palacio real de Federico II, qué se yo. La cosa es que yo dormía y a las 4 de la mañana un ruido de cristales me despertó. Debajo de mi ventana estaban un grupo de chavales jugando a las bolas de nieve con vasos de tubo.
Como la conciencia la dejé aún en la almohada, eso creyó ver el resto nublado de mí; que había nevado y yo llegaba tarde. Fui al baño, oriné como lo hacen los abuelos, pero apuntando mal, como lo hacen los jóvenes al levantarse.
Volví a la cama, donde me esperaba. Allí me dije que en mi ausencia había escuchado una pelea, cantos regionales a pleno alcohol y murmullo de multitudes. Pero también lo calentito que estaba entre sábanas, ven y descansa, que es Domingo y hace pocas horas que cerraste el libro. Apagué la persiana y la ventana y me acurruqué. Como siempre había dejado el transistor encendido. Me puse los auriculares y entonces todo comenzó.


Recuerdo haber estado escuchando anoche, mientras me lavaba los dientes un especial de Zappa en radio 3. (Es inconfundible el sonido de Radio 3. Suene lo que suene). Es imposible acordarse del momento justo en que uno se duerme. Y de ahí vienen todos lo mitos de posesión, los atrapasueños y Morfeos. Pero estoy seguro de que me acosté con él.
La radio quiso ponerme una sesión electrónica en no se donde de no se quién. Me entró curiosidad. Entró lenta, escalonada; incomprensible para la tendencia. Entraron unos platos bop, un bajo afro, unos platos swing y ahí se mantuvo un rato. Con esas uvas debía que catar ese vino.
Independientemente de uno, hay partes del cuerpo que responden obedientes a la buena música. Son reflejos atávicos muy selectivos. Los tobillos ya se movían pulsando las sábanas. Ya bailaba en el pensamiento. Y el pensamiento provoco su reacción ideomotora. El cuerpo empezó a creerse un ecualizador gráfico. La cama se hundía en el suelo o prolapsaba en el techo. Y las sábanas eran de agua mediterránea.
Fue que salté como un resorte de la cama, como si hubiera entrado en una ratonera con gruyere. Incorporado, con la espalda recta, hice tres respiraciones completas y me dejé llevar. Este es el cuadro puntillista que me obligué a vivir.
PRÓLOGO. LA MAÑANA DE LOS MUERTOS VIVIENTES
Mecánicamente uno se acuesta y se levanta. Ya mecánicamente una mano ponía el café y otra la ducha. Ambas igual de calientes. A temperatura de edredón.
Con el choro en la nuca surgen ideas claras y de estrategia. Allí empecé a organizar lo que sería el juego que me hizo despejarme. El olor a café me dice que la ducha ha terminado y esto suele coincidir con el envejecimiento de mis dedos.
Son las 4:45 de la mañana. Es domingo 21 de septiembre, día grande de las fiestas de San Mateo. Voy a cumplir uno de mis deseos. Salir de fiesta recién levantado.
Hago los preparativos. Estoy excitado, como mi perrín al oír calle. Me siento explorador. Cargo de pilas y notas el minidisc y la cámara, y de polen los liados. Bolígrafo y papeles. Me vienen sensaciones, un dejá vu de los madrugones de verano para ir a ver las constelaciones escondidas del monte. Desayuno dulce y fuerte. Realmente el sonido de la cucharilla me hace creer que ya he amanecido.
Es el mejor momento posible. Me siento libre y a punto. Llaves, cabeza, cartera y mochila. Vamos allá.
Ya desde que entro en el ascensor me siento en dirección contraria al carrusel. El espejo del ascensor, el espejo que todo lo sabe, el de las cenicientas urbanas, es benévolo conmigo. Me veo guapo y oliendo a bebé La Toja.
Una canción de esas fugitivas que te descubres silbando abrió el portal. That man / That’s not me / I go / Where I please. A dos pasos ya tenía todo el gentío rodeándome. Las casetas atestadas, altavoces apestados. Y el alumbrado de feria que recuerdas de tu infancia. Fue entonces cuando me refugié en el minidisc. Podría decir que llevaba música seleccionada, pero el caso es que escogí el disco por su color. Puse uno rojo. No podía fallar de todas formas; son discos grabados con muy buen gusto.
Pero no existe volumen que impida seguir oyendo el resto del ruido de fuera. Por eso, es una aventura ir andando con música. A veces conversaciones se intercalan en el momento justo de una canción, o frenazos con redobles. Las calles parecen entonces recuerdos cinematográficos.
Estaba en el centro de la fiesta, pero en ningún momento sentí ganas de fiesta. Nada hubo que me motivara reír, saltar o correr. Estaba asustado. Todo lo que estaba viendo ya lo había visto, pero no entendido. No de esta manera. No consciente, despejado y limpio. Desde la barrera y no desde la barra.
Realmente he sentido nauseas. He las mismas palpitaciones que el primer día de mis prácticas en el hospital psiquiátrico. Hablan como ellos, se mueven como ellos. Unos son esquizofrénicos catatónicos, oxidados que ni miran ni expresan. Otros verdaderos psicópatas.
De tajo el alcohol arranca la máscara de ciudadano. A esas horas, ya todo el mundo bebido era más el que era en realidad. Medio inconscientes, dejaban al aire sus tripas, su auténtica verdad. Asalta esa frase de la Nausea: «Los que viven en sociedad han aprendido a mirarse en los espejos tal como los ven sus amigos.»
Uno recuerda falsamente sus noche vividas. Uno falsea sus recuerdos a beneficio propio. Recordar es inventarlo todo a tu gusto. Yo mantengo el ideal del crápula, del canalla de las 6 de la mañana. De esos sabios pacíficos. De los garitos que figuran en las canciones de Tom Waits. No esta cochambre, este asco de diversión. Uno cree que una vez salió de noche y lo que hizo fue sólo compartir durante unas horas la misma burbuja con unos pocos escogidos. Quiero decir que son tan desconocidos los bares que no visitas como las casas donde no te invitan. Que todo se mueve en micromundos conectados pero excluyentes. Y yo quería visitar todos los desconocidos. El juego consistía en una rayuela generacional. Pasar por cada una de las 4 fases y analizarlas.
La primera parada fue la calle de los adolescentes. El futuro era recordarse con 16 años.
1. LOLITA LA PRINCESA (Avaricia)
En todas las ciudades perras, hay siempre una calle de alta concentración de tontería. Aquí en Oviedo, hay una en una cuesta donde se juntan estos niñatos, los screen-agers.
No es que beban ni más ni menos que nuestra generación. No saben más ni saben menos. Se enrollan entre ellos con las mismas tretas, hablan igual de mal, tienen los mismos granos. Pero hay en ellos una tristeza terrible. Una falta de valores absoluta. Son los primeros asesinos. Son lo mayores culpables. A los once años deciden dejar de ser niños. Matan prematuramente a la inocencia. Son los primeros abortistas, son despreciables.
Les observo apostado en un banco, fumando y escribiendo. Soy invisible. No estoy pixelazo, ni soy interactivo ni llevo marcas. Pienso que son más de 20 millones en esa plaza, que había que acabar con ellos, una eugenesia puberal y empezar todo de nuevo. Y sus padres a juicio moral público.
Una niña vomita con mucho esfuerzo. Joder, debe medir metro y medio. Hace cuatro días cambió el pañal por el tanga. Esta pobre niñifalda debe tener 14 años. Se mancha el pelo, y entre arcadas se le va el maquillaje. Se acercan sus amigas niñifaldas ya con cigarro de viejas ji, ji, tralará, jo tía, que nos jodes la fiesta. Ella, la pobre mujer número 1, a quedado sentada y cabeceando en un portal. La han abandonado. Le gritan el bar al que van y ella contesta rezongando. Me acerqué preocupado pues había echado la cabeza hacia atrás. Estaba muy mal. Pensé en Iván, que estaría en ese momento en Urgencias toreando vidas. Intenté despejarla. Era una cría. Toda niña menos su ropa, el colorete, el aliento.
No despertaba. Me parecía estar viendo una criatura sin taxonomía, algo que se escapaba de la lógica biologica. No dudé en pegarle un tortazo. Intenté ser amable y duro. Le grité varias veces que pensara en lo que había hecho. Mira, sigues vomitado sólo alcohol. No has comido nada y estás débil. Tus amigos se han ido. Tienes dos opciones. Irte a tu casa o quedarte aquí a dormir. Se quedó temblando y pensando. Le di una mandarina que llevaba. Me senté a su lado hasta que se levantó. Me pidió que la acompañara a ese bar. Nada más que vio a sus amigas, corrió diciendo, jo tias, de que vais, blis, blis, tralará. ¿Y Jose?. En segundos ya tenía copa y cigarro y Jose. Ya los devoraba como si el mundo hubiese acabado hace minutos. Me miró como si ella hubiese sido la vieja que creó al mundo, como si nada le sorprendiera a la velocidad en que transcurre la adolescencia. Esta mujer nº 1, la niñifalda, cubrió la primera etapa.
No me costó olvidarla. Por cualquier calle que pasara había algo que ver y algo que olvidar. Las cinco de la mañana y el centro comercial rebosaba de saldos.
2. TOURETTE Y LA GORGONA (Pereza)
Me asalta con un vagabundo de vino tinto e improperios. Posiblemente un esquizofrénico o un Tourette. Se me acerca pero soy yo el que le hablo. Estoy agobiado, no entiendo nada, el porqué de nada de lo que estoy viendo. Me salta el casquillo de decir que no llevo nada suelto. Pero su cara de bueno y sabio me hizo saltar por el otro lado. Pensé en Jodorosky.
Le dejé con la palabra en la boca. «Calle y escuche…» Y me desahogo con él. Hablo rápido e incoherente. Le voy diciendo las horribles escenas que estoy viviendo.
Me invita a vino, me invita a sentarme en su sitio. Yo sigo protestando, chivándome a este policía moral. «He visto esto y lo otro. Se lo puede usted creer.» ¿Quiere beber o comer? Se encoge de hombros. Entro en un bar y le robo dos copazos. Uno es un cubata y el otro dulzón. Un asco. Me lo agradece cabeceando con sonrisa de falso buda. No le importa que me quede un rato ahí sentado.
Vemos pasar a la gente y aprendo un poco de su filosofía. Insulta apropiadamente a quien yo insultaría. Gruñe a la mujer a la que yo también haría crujir. Eso decía «ggññggñgg estás para crujitrte». A otros les señalaba con el dedo. Pensé que si todos hiciéramos lo mismo, que si todos delatáramos a los culpables, al final, por fin, el mundo se preguntaría el porqué. Compartimos un porro. La verdad es que me reí mucho con él. Era un faltoso. Y me hizo estar faltoso hasta el amanecer.
Pasó entonces otra mujer haciendo curvas. Una yonki colocada, sucia y roída. El Tourette la reconoció de lejos y a voces celebró encontrarla. Instintivamente se acopló a ella como lo hacen dos piezas de puzzle. Puso el brazo agujereado sobre sus hombros. Más que ir abrazados, Tourette tiraba de ella con mimo. Me sorprendió la solidaridad de los relegados.
Cuando se acercó, la mujer nº 2 tenía la misma expresión que la niñifalda nº 1. Quién sabe si no era ella en otro momento. Me metió mano, me repugnó. Me sentí enemigo y culpable. Le di una palmada de despedida en el hombro a Tourette, que ni se enteró ni quiso enterarse. Eran casi las 5 y media de la mañana. Era el momento justo entonces para buscar sentirme víctima. Los bares y casetas de los de mi edad. Donde debía estar yo si hubieran ido mal las cosas.
No tenía nada que perder. Nadie me conoce por fortuna. Voy a observarles como un etólogo. Me siento superior y sobrio; todo al revés.
3. CONVERSACIÓN CON UN INPECTOR DE IMPUESTOS SOBRE POESÍA (Soberbia)
Pronto desprecié a los tíos borrachos. Nada me sorprende de la actitud de los tíos. Somos lo peor, lo más bruto. Somos niños violentos y activos. Tenemos que gritar, romper, mear, marcar, dominar. De nosotros nacen las guerras y las paces. Y el sentido del humor. Son los que de verdad se divierten, los que se desinhiben con menos matices. Los que más definidas tienen todas las fases de la borrachera. Somos sencillos y simples. Básicos y bastos.
Ya eran horas de los valientes. De los que han aceptado la apuesta de otra y otra.
Una maratón que deja víctimas plantadas en los soportales. Son heridos que cabecean y sestean. Siempre hemos creído que filosofan o que quizá encontraron por fin su sitio. Un súper pijo boca abajo al lado de su vómito. Le di la vuelta. Me quedé mirándole un rato. En ese momento era la persona que quizá ha mirado más por encima del hombro de este triunfador. Todo al revés. Creo que nunca me he sido más falsamente poderoso. Fue como si hubiera cazado a todos los de su clase juntos, hijos de tiranos y vencedores. Deseé bailar a su alrededor, golpearme el pecho y señalarle con el dedo. De veras que estuve lo menos cinco minutos mirándole a mis pies. Pero comencé a sentir lo que sienten los orgullosos, los que logran el placer sometiendo.
Le tenía a mis pies, al alcance de una patada, y está idea me horrorizó. Saltó el yo que si conozco, el coloqué por formación al pijo en posición de seguridad y le dejé dormir. Me quedé tranquilo al imaginar que igual al despertarse su aliento le diría que soñó que alguien le pateaba el estómago.
Me dio placer la filigrana.
De entre todos, entré en el sitio que más rabia me dio. Pedí un zumo sin levantar la vista ni el oído, ocupado en librarme de las imágenes anteriores.
Sólo para buscar ubicación miré alrededor. No había tregua. Lo que me esperaba era pavoroso. Ya se habían transfigurado los muertos vivientes. Todas las caras estaban desencajadas. Creo que para ver bien esas caras hay que estar también borracho y con mirada cubista.
4. LAS BELLAS (Envidia)
Guapas borrachas enrollándose con mierdas. Que levantan la mirada y miran con cara de cordera, como pidiéndole perdón a sus expectativas. Enanos ingratos que soban lo que yo no he tocado en siglos. Que sea tan fácil para unos y una gesta épica para otros.
Creo que no salí del mismo bar aunque cambiara de uno a otro velozmente.
En todos había una guapa poseída al azar, y en cada uno me sentí como un cornudo que sorprende a su novia. Una decepción tras otra. Una infidelidad hiriente a sí mismas y a sus obligaciones de bellas. Maldije el sexo, las rebajas y las traiciones de la lotería..
5. LAS SIBILAS (Lujuria)
Rostros de espanto; de gárgolas con tangas, ombligos de culebras, caricaturas de maquillaje. Lechonas, putas, sucias, feas aún más feas. Son las hechiceras que conducen a los hombres al mundo de las sombras.
Estaban las brujas, los despojos, las sobras y las migas. Todas juntas aún gallineando a esas horas. Jueces y verdugos inagotables. Era consciente de que me miraban, que se soltaban codazos y melenas y que callaban un momento.
Poco a poco me fui divirtiendo con ese hecho. Entraba en un bar, miraba a cualquier grupo de cluecas y repetían el mismo comportamiento. Se daban la vuelta y esperaban los mismos segundos en comprobar si aún seguías mirando.
Me costó la hostia acercarme a la primera. Luego resulto muy fácil seguir el método. Sólo tuve que fingir que ligaba. Decir las chorradas que nunca he dicho. Vienes mucho por aquí, de donde eres, sibila, sibila. Y cada estupidez nueva que me decía más asco me daba y más le daba a entender que si se insinuaba habría tema. Aprovechaba cualquier pretexto para deshogarme y reír todo lo que me estaba aguantando. Y aunque pensara en alto ella no me oía. Lo que hice fue embromarme de ellas. No de las temerosas, ni de las dulces. Sólo de las chulitas calentonas.
La mayoría no me hizo ni puto caso. A unas sólo le dejaba decir cuatro palabras y me despedía diciéndole lo tonta que era. A otra le dejé hablar porque me daba una cantidad de datos único de hasta donde puede llegar Belén Esteban. Dos fueron médicos opositoras, de las que huí dando alaridos. Y tres lo intentaron. Tres bravas que creyeron tenerlo todo hecho. Supongo que tres líderes convencidas que dicen a donde si y a donde no. Eres irresistible nena, habrán creído oír a sus espejos, a sus amigas y a sus padres, la niña de sus ojos.
Pasa que se acercaban para un beso. Nunca cerré los ojos, miraba su cara otorgada y horrible. Sus bocas temblando, grotescas malformaciones. No podía hallar nada bonito. La antipoesía me entró como ataques feroces de risa. Me desternillaba exageradamente, separándome de golpe, si dejar de mirarlas. Más me reía al ver el gesto absurdo con que se quedaban. Hubo una que tardó mucho en darse cuenta y casi tocó la barra con sus morros de berraca. Un cínico, un farsante, un vengador. Me nació una risa socarrona y sentencias inspiradas que las dejaban rojas de ira y vergüenza.
Fue un placer exquisito. Sin ningún valor, porque ellas no valían nada, pero con todo el simbolismo cargado, porque nunca me había burlado así de nadie. Nunca había bajado así del cielo a lo femenino. Estas tres sibilas quisieron ser las tres espadas que una vez amé rajándome la cara. La metáfora fue reírme de mi propio patetismo una vez con alguna de ellas, con alguna de mis antiguas rubias.
6. MANUAL DE SUPERVIVENCIA (Ira)
Ya estaba casi amaneciendo. Eran millares de víctimas las que alfombraban las calles. Toneladas de mierda, vasos rotos, tabaco y mugre. Había que fijarse detenido para ver la diferencia entre unos y otros. Es labor del barrendero el no equivocarse en despertar al vaso y tirar al borracho.
Intenté entrar en la Santa Sebe pero un negro enorme me dijo que no. Le pregunté el motivo. Que estaba lleno. Lleno de qué le dije.
Bajando la cuesta, un borracho se tropieza conmigo y me declara culpable de su caída. Vocaliza y anda como si tuviera esclerosis múltiple. En verdad, algo parecido. Es asombroso. La botella que tenía agarrada parecía estar clavada en la nada, y se balanceaba en ella como si fuera una farola. Cuando acabó de balbucear gritando, creí entender algo de que tu puta madre, abrir la cabeza, blebleble. Quería pegarme. Eso lo noté en segundos.
En nuestro cerebro menos evolucionado, el sistema límbico nos da tres patrones de conducta ante una crisis. Es un primer filtro de milisegundos antes de ser procesado por el neocortex; antes de pasar por Dios. Huida, empatía o ataque. Y yo viví las tres opciones temblando. Me quedé humillado ante el poder de un cerebro que crees dormido. Casi oía silbar el volumen de información que estaba procesando. Sólo podía que observar mi pensamiento y aceptar su propuesta. Me dijo: no huyas y no simpatices. No sabes porqué pero decides atacar. Toda tu ética se desvanece porque todo tu cuerpo es primario y adrenalina.
Yo no sé golpear. Pero sé intimidar.
Tenía los músculos en tensión; muerto de miedo pero vivo como nunca. Un toque en la espalda me hubiera hecho correr un record del mundo o cantar un aria de soprano de Verdi. Me quedé en el sitio, mirándole con todas las antenas desplegadas, con cara de ni te atrevas. Sin noción del tiempo que pasó. Realmente quería pegarme con la farola. Adopte una actitud de rompeolas.
«Venga, déjalo Jaime. Que no merece la pena».
Fueron palabras mágicas. Como sacar la cabeza del agua con los pulmones vacíos. Sus amigos fueron mis amigos. No sé qué hubiera podido pasar. Había tomado una decisión, y realmente quería saber si es verdad que llegado el momento eres un animal y te salen rayas de tigre.
Tardé un cigarro en volver al ritmo cardiaco de un sano. Creía ya no poder soportar más cosas. Que ya era suficiente experimento, suficientes audacias. Creí que el juego cambiaba de manos, y que era alguien y no yo quien estaba conmigo…
7 Y EPÍLOGO. ASCENSO AD INFEROS (Gula)
Fueron siete vivencias totalmente olvidadas por mí. Los siete pecados capitales y sus formas de ganar o perderte. Sé que no viví nada excepcional. He contado lo que vi, pero no lo que estaba sucediendo. Me obligué a tragarme esa sopa, a entrar en el cuarto oscuro de la luz roja. A reinterpretar un pasaje bíblico. Mi inconsciente aceptó todas las metáforas que fui elaborando con ayuda de lo real y lo transfigurado. Logré hacer todo el esfuerzo para que la imaginación tomara el mando.
Una niñifalda había nacido sucia y ya maquillada, aborto de una yonki medusa y un príncipe pijo en coma. Las sibilas celebraron ese acto levantándose la falda y mostrando las puertas del infierno a los que aún no han abierto las suyas propias de la percepción. Las bellas diosas copulan con demonios para mantener así de imperfecta la especie. Un cancerbero y un Tourette me han señalado mi sitio, donde debo desnudarme, morder y subir a las farolas.
Por ser yo el culpable de la niña, de sus padres y de todo el hedor que me rodeaba. Por tener un apetito desordenado en comer y beber magias. En robar escenas, en observarlo todo. Por culpa de mi cabeza esponja y bulímica. Por que no dejo de ser otra cosa que un niño que pregunta y un adulto que no sabe cómo explicar.
Realmente la ciudad saca todo lo peor de mí. He regresado por el mismo camino a casa. Agotado y con dolor de cabeza. Sacando las últimas fotos y retoques.
Al final de todo había amanecido una linda mañana de domingo, el día en que las ciudades más se parecen a pueblos. Seguía mi hueco en la cama. Me desnudé y lo ocupé en la misma postura. Abrí el libro de poesías de mesita, en una que sentí como la nota final de un concierto de domingo a las 4 de la mañana.
Para unos vivir
Para unos vivir es pisar cristales con los pies desnudos;
para otros vivir es mirar el sol frente a frente.
La playa cuenta días y horas por cada niño que muere.
Una flor se abre, una torre se hunde.
Todo es igual.
Tendí mi brazo; no llovía.
Pisé cristales; no había sol.
Miré la luna; no había playa.
Qué más da.
Tu destino es mirar las torres que levantan, las flores que abren, los niños que mueren;
aparte, como naipe cuya baraja se ha perdido.
Luis Cernuda

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