You look healthy. Una historia real.

Me van a permitir que la historia que les cuente a continuación esté plagada de cultismos, tales como avatar, exento, verbalizar, nimiedad, pléyade… No sé lo que significan algunos de ellos, pero adoro utilizarlos. Muchos los he leído en la prensa, otros en los libros, e incluso uno lo aprehendí ojeando un manual de oncología aplicada para amas de casa.
Es una historia de pensamientos inconexos que me ocupan últimamente, mezclada con un paseo ficticio por las calles de una ciudad imaginaria.
El día de autos me encontraba paseando plácidamente por una vía pública que va a dar a un famoso monumento; famoso en tanto que antiguo, como todos los monumentos. «A propósito de los monumentos» – pensé, pues me gusta verbalizar todos mis pensamientos -, «opino que no son necesariamente bonitos, ni siquiera dignos de admiración en algunos casos. Los admiramos porque tienen tropecientos años y son, por lo general, muy grandes». El tamaño fascina al ser humano. Los monumentos suelen ser edificios muy recargados, técnicamente impresionantes, pero poco funcionales. Pronto surgieron otras cuestiones: «La funcionalidad (no exenta de belleza, pero todo en su justa medida) nos hará libres. ¿Cuándo me transformé en un ser a tal punto racional como para cuestionarme la funcionalidad de un monumento? ¿Estoy perdiendo la pasión por las cosas bellas?», y cosas por el estilo…


Pero sé que no, que no pierdo la pasión por nada, solo que vivo menos apasionadamente que antes porque tengo más cosas que hacer; es decir, menos tiempo para hacer las mismas cosas que antes. El tiempo que le asignan a uno los avatares de la vida para ocuparse de los asuntos propios es determinante para vivir la vida apasionadamente. Sin vida no hay pasión, pero sin pasión no hay vida.
Si se posee cierta experiencia, observando las caras y las actitudes de la gente se puede saber con gran precisión informaciones tales como: a dónde van, de dónde vienen (o lo que es lo mismo, si van o vienen), si están contentos o trites y el porqué, si duermen bien por la noche… y una pléyade de nimiedades por el estilo. Durante mi largo paseo reparé en el escaso o nulo apasionamiento con el que la gente se desplaza de un lugar a otro.
Un desplazamiento es en sí mismo un acto apasionante, no sé de dónde vienen estas costumbres modernas de dirigirse a todos lados lo más rápidamente posible, tanto mejor si la velocidad impide fijarse en detalles como un nido de golondrinas empotrado en la cornisa de un edificio, o una paloma disputándole un mendrugo de pan a un gorrión. En todo caso, son cosas que no me atañen, allá cada cual.
Yo procuro disfrutar de todos los desplazamientos, ya que cuando nos movemos tenemos mayor tendencia al aprendizaje debido a que nuestra atención está alerta a los cambios del entorno. Por eso últimamente no escucho música en el coche, descubrí que me estaba perdiendo pensar en un montón de cosas brillantes. «¡Cuánto tiempo malgastado en los semáforos, nervioso por llegar tarde a algún sitio y con la radio a toda pastilla escupiendo noticias de accidentes ferroviarios e importantes decisiones tomadas en consejos de ministros!» – pensé, signos de admiración incluídos -. Vaya, este paseo estaba siendo productivo de veras.
La historia termina a la puerta de una importante iglesia, forrada en su interior de retablos dorados y pinturas al fresco, en donde reparé en un grupo de unos quince o veinte turistas que buscaban el encuadre perfecto para que sus amigos y familiares pudiesen observar en una misma instantánea sus caras de felicidad y la cúpula románica del citado edificio. Como no se ponían de acuerdo sobre quién tomaría la fotografía y, por tanto, quedaría excluído de la misma, me ofrecí voluntario a disparar el artefacto. Mi actitud resuelta debió de parecerles muy pintoresca a los simpáticos extranjeros, de modo que me ofrecieron posar con ellos en lugar de tomarles la fotografía. Allí estaba yo, saliendo en la foto, mientras un miembro del grupo se quedaba fuera. Ante semejante comportamiento, se me ocurrió preguntar los motivos al que parecía el líder, esto es, al individuo más rosado y rechoncho.
«You look healthy», respondió.
Me compré una chocolatina y me fui a casa contento, pensando en complejos problemas de papiroflexia y en nuevas tendencias para este otoño sobre la física de partículas, todo mezclado. El turista tenía razón; bien mirado, habiendo salud, ¿a quién puede hacerle daño una chocolatina?

7 Comentarios