El alumbrado público

    Arriva il Natale, tiempo de celebración y algarabía. Es el momento de frecuentar tiendas y mercadillos mientras pensamos en nuestros seres queridos y en cómo compensar todos nuestros terribles errores y/o malentendidos a tarjetazo limpio. En esta época las calles resplandecen de limpias, el alumbrado público se nos antoja un mar de estrellas polares y los ancianos se besan apasionadamente.
    El niño Jesús (pronunciado «Yísus») que nació en Belén estaría orgulloso de nuestra capacidad de hermanamiento conforme se aproxima su onomástica, pero no así del irremediable y repentino declive de las buenas intenciones enseguida que dejan de echar por la tele los anuncios de turrón y muñecas-que-cagan-solas. Y claro, también están los propósitos para el año nuevo. Tengo curiosidad por saber qué descabelladas torturas os habéis auto-impuesto para sentiros bien durante al menos los primeros quince días del año, plazo empírico máximo de abandono de toda voluntad de cambio profundo. Todos sabemos que, afortunadamente, la vida siempre vuelve a la agitada normalidad.

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