Asterión de la Linea

«Un toro de 540 kilos, rompió las puertas de chiqueros y de toriles y embistió contra las personas que asistían en la plaza al sorteo para la corrida de ayer.»
«Un toro hiere a tres personas en el coso taurino de La Línea.»
El Sábado se vivió una rebelión, y estas como casi siempre, nacen de una revelación.
Por todos los telediarios, de entre la miseria de política nacional, de vergüenza doméstica, palestina o bursátil, apareció un animal iluminado, un vengador nato que comprendió todo al oler los restos de sus hermanos en la arena. Un toro saltó de la arena al callejón, amenazó a todos los apoderados, amiguetes, trepas y periodistas taurinos que desde allí celebraban la muerte artística del que ahora podía ser su dios.
Recordé a Borges y a mi abuelita que descansa a mi guarda.


Hasta los seis años fue ella quien me cuidaba. Era un ser todo amor y sabiduría emocional de pueblo sano, una de las supervivientes de la pasada guerra, que me enseñó los primeros pasos de mi ser moral. Me provocó todo el gusto por los secretos cotidianos. Hasta su último día mantuve con ella una relación que aún dura y noto. Aún huelo su pelo blanco, su bondad y su bolsillo de los caramelos.
Nos encantaba ver las corridas de toros por aquella tele de niebla de principios de los ochenta. Pero exclusivamente para animar al toro. A mi abuelita lo que le gustaba eran los trajes de los toreros, los pasodobles y que el toro atropellara al torero. Desde que salía de toriles, le arreaba, le llamaba bonito y valiente, y yo la imitaba, gritábamos emocionados los embistes y éramos felices cuando había cogida. Y el mayor odio, cuando juntos insultábamos feroces era contra el picador. De ahí debe venir la tendencia a odiar a todos los picadores, a los vencedores que sentados desde un sillón superior e inexpugnable, hieren y sangran con una cobarde lanza a seres bellos y nobles. No lo entendía, pero algo notaba de la divinidad de ese animal y del bautismo de la muerte y la sangre.
Como dice Otto «No hay que olvidar que todo lo que ocurre, ocurre en España.»
Mi abuelita gozó ayer a mi lado viendo las imágenes de pánico, los pitones certeros, y la venganza de las tormentas. El animal tras su inundación, volvió al ruedo, entre los alaridos y las asistencias, orgulloso, resoplante, héroe y vengador de las carnicerías. Le dejaron trotar a sus anchas por la arena, bajo un capote de miedo y respeto a los truenos. El ruedo amarillo ya no era plano. Le habían crecido muros y esquinas del suelo detrás de su paso. El toro estaba en el centro, las grada y los tendidos eran un rumor de aguas, la plaza una isla.
A las 6 de la tarde, un minotauro sabio de 540 kilos, había construido su laberinto. Apareció Borges en la memoria, y un cuento suyo que todo lo explica. El mito de Teseo y el Minotauro. Borges en el Aleph, cuarta biblia del saber universal, cuenta cómo sentía y esperaba Asterión, el minotauro que defendía Creta. Como castigo divino, Atenas cada nueve años debe mandar a siete hombres y mujeres para servir de pasto al minotauro. Todos los valientes con cruz de héroes intentaron sus batidas de muerte al minotauro sin éxito. El laberinto era un símbolo de sabiduría, y el encontronazo con la bestia el paso iniciático hacia la madurez y la verdad.
Sólo uno de ellos pudo comprender el mandala, enfrentarse a su monstruo y regresar desde su profunda mente al mundo de los conscientes. Teseo se designó a sí mismo como víctima, como Mohamed Atta. Lleva dos velas. Una blanca que anunciará la victoria y una negra que dirá la derrota. El hilo de Ariadna le llevará a garbancito de nuevo a la superficie.
Lo que interpreto fue que el amor logró el conocimiento de la verdad, y la verdad el amor por el conocimiento.
Borges se centra en el Minotauro, en esa quimera hombre de cuerpo corazón y brazos, toro salvaje de mente, boca y cuernos.
Para los que hagan el esfuerzo de releer ese cuento o ese mito, esto es un resumen de cómo explica la mitología clásica el nacimiento del Minotauro.
«El toro de Poseidón es un hermoso animal. Minos se lo roba. El dios le castigará convirtiendo al toro en salvaje y hace provoca que su mujer Pasifae quede enamorada del toro. Ésta no sabe como saciar su pasión y pide ayuda a Dédalo. Le confecciona entonces una ternera hecha de madera y cuero. Dentro podrá meterse la mujer y presentarse al animal. Logra engañar al toro y Pasifae goza con la cópula. De ahí nace Asterión. Minos asustado, decide encerrar al minotauro en un palacio laberíntico, donde reinará y esperará el tributo de siete hombre y mujeres jóvenes, hasta su destino con Teseo.»
El final del cuento, como todos los de Borges y demás genios argentinos, es emocionante, de los que hacen abrazar el libro abierto en el último punto negro. Deja que tú descifres el jeroglífico. Dice:
«¿Te lo puedes creer Ariadna? El minotauro ni se movió.»
Acaso Asterión estaba esperando al hombre definitivo, al suficientemente evolucionado como para robar el fuego, las matemáticas y la poesía.
Deberíamos hacer una pintada por las calles. Una que hacían los surrealistas.
EL POETA TRABAJA.

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