Deep down and dirty

Caminando bajo la noche pegando puntapiés a los bordillos, rascándose la herida abierta, escupiendo sobre ella, Marcell pasa el tiempo antes de decidirse a entrar en el prostíbulo al que su padre hace ahora una década le llevó por primera vez.
Marcell baja las escaleras de caracol mientras sigue pasándose el dedo húmedo por encima de la herida que todavía sangra en su mano, a medida que desciende el espacio en el que se encuentra es más oscuro y no solo por la falta de luz, no hay música, solo murmullos polifónicos intermitentes, y a cada murmullo un coro de risas agudas. Para Marcell en estos momentos eso es la oscuridad total.


Por supuesto hay humo y mucho, pequeñas columnas de humo que señalan el origen de los diferentes murmullos y risas que a Marcell se le antojan sarcásticas y melancólicas, alrededor de las columnas de humo verticales no suele haber más de dos personas, y siguiendo un inefable patrón cuando hay dos personas siempre es la mujer la que está más iluminada por la poca luz que desprenden los biombos, la persona en la sombra parece limitarse a contribuir con sus caladas a que la columna de humo se mantenga vertical en dirección hacia el biombo sin apenas moverse, sin que se oiga lo que dice si es que algo dice.
Cuando se bautizó con su padre no recordaba que el techo fuera tan bajo, quizá porque cuando somos pequeños todo es más grande y más bonito y también porque el misterio forma parte de la infancia.
Marcell pensaba en eso mientras se acercaba a la barra de terciopelo y cristal, dejando las columnas verticales de humo detrás de él. De lejos la barra era tal cual la recordaba pero al acercarse no pudo evitar fijarse en las marcas de las brasas de los cigarrillos que al caer provocaban cráteres púrpuras sobre el terciopelo al que tan solo le queda el nombre, puesto que la cualidad táctil del material hace mucho tiempo que fue derrotada por un batallón de manchas y agujeros y productos que limpian las manchas y el humo y el carmín y la sangre, el mismo contribuye ahora sin saberlo a manchar la barra de terciopelo al apoyar su mano sobre ella y de esta manera la palabra terciopelo ya está unas gotas de sangre más lejos de su significado de lo que estaba al principio de la noche.
Tampoco hay mucha luz en la barra. Ni camareros, si los hay no se les ve porque el final de la barra se distingue con dificultad, no porque esta sea larga sino porque se hunde en el interior de las sombras.
Marcell permanece unos cuantos minutos buscando con su mano izquierda en su bolsillo derecho del pantalón el paquete de tabaco que le había lanzado a la cara Marie apenas hace unas horas. Sin prisa permanece apoyado con sus hombros sobre la barra mirando atentamente la extraña escalera de caracol que acababa de bajar. Cuando por fin logra llevarse el cigarrillo a los labios ya tiene frente a él una bonita mano de prostituta, una mano casi de pianista si no fuera por las uñas largas y cuadradas al estilo americano pintadas de un rojo bastante intenso y vulgar.
Su cara era como la de la mayoría de las prostitutas que ya no gastan o no pueden gastar su dinero como ellas quieren, aquellas que trabajan para sobrevivir y que son lo suficientemente adultas como para no pensar en cuentos de hadas y en magníficos ejecutivos que terminen enamorandose de ellas y etc.
Marcell se reconoció en esa cara que contenía un acertijo que no era más que un gesto casi eterno de indolencia, recordó cuantas veces había mirado ese mismo gesto en su cara mientras se miraba en el espejo de su baño después de haberse despachado a gusto humillando a Marie arrepintiéndose porque instantes antes había querido amarla con locura y había querido pedirle perdón y besar todo su cuerpo y peinarla y acurrucarse junto a ella mirándola toda la noche instantes antes de que su ira no convirtiera a Marie en la triste persona que a golpe de humillación a conseguido modelar tras 6 años de convivencia.
Se dirijio a la Puta de las manos de pianista y como en un suspiro sin querer decirlo dijo:
Pero yo nunca la he pegado, te quiero, me duele la mano. ¿ querrás quererme noche ?. Soy como tu.
Marcell, la puta y el cigarrillo formaron otra columna de humo vertical que se dirgió en pocos segundos hacia el interior del biombo rojo que colgaba del techo, y poco a poco su conversación, se fundió con el murmullo de risas contagiosas, tristes, cansadas y melancolícas.