Pragmatismo Craneoencefálico

Y fíjense que héme aquí, después de mucho deambular por ahí, dispuesto a hablarles a ustedes acerca de mis experiencias estando allí, de mi parecer sobre eso y aquéllo, pronombres demostrativos éstos que utilizo generalmente para esconder montañas de carencias dialécticas que algún día trataré de compensar, papel, lápiz y diccionario en mano.
Empezaré por el principio. Mis orígenes son humildes, crecí huérfano de padre en una familia trabajadora del sur de alguna parte, como todos ustedes, y no fue hasta bien entrada la pubertad cuando me di cuenta de que la vida que habían escogido los designios del destino para mí se parecía muy poco a la vida que yo mismo había dibujado en mi libreta de notas. Hasta aquí todo bien, lástima que no tenga forma de transcribir el contenido de mi libreta por ser éste formalmente demasiado lejano al lenguaje verbal, también llamado transcribible o narrable.


La ruptura de mi continuidad existencial aconteció un día cualquiera de mis diecinueve primaveras por la mañana, mientras perseguía a una gallina describiendo círculos en el corral del patio de la casa de mi madre, recuerden que soy huérfano de padre desde los siete años. No tenía sino la sana intención de retorcerle el pescuezo al ave, costumbre ésta que me granjeó no pocas enemistades entre mis amistades de la liga pro-defensa de los seres alados, avechuchos o pajarracos.
Al verse el animal acorralado prefirió pasar a la acción y cargó contra mí con toda su furia voladora, con tan mala suerte que el tremendo picotazo erosionó uno de mis hermosos carrillos con efecto inmediato de hemorragia y me dejó literalmente tumbado boca arriba en el suelo, postura ésta desde la que tan sólo podía divisar una estampa del Santo Patrono del gremio de los panaderos, la profesión de mi Santa Madre que en paz descanse, y una esperpéntica colección de bragas y sujetadores de mi hermana mayor, por aquel entonces amante del practicante. Me desmayé a causa del coscorrón y desperté unos minutos más tarde con la cabeza increíblemente despejada. Acababa de tener una estupenda visión de futuro.
Todo esto para decir que al día siguiente hice las maletas y me fui de casa para no volver, hasta tal punto el incidente de la gallina me abrió los ojos acerca de mi precaria realidad que pensé en vivir por y para los placeres del cuerpo desde entonces y hasta hoy. Lo primero, claro está, fue tratar de curarme de la mejor forma posible y con mis escasos conocimientos en materia de medicina y dermatología la horrenda lesión facial cuyo origen les acabo de describir. Menudencias aparte, ahora la prioridad más inmediata era la de procurarme un trabajo, un sustento.
Conseguí ser aceptado como taquígrafo en una notaría, desde bien pequeño me fascinó la taquigrafía y tengo el dudoso privilegio de ser un autodidacta en esta materia, y un autodidacta de primera cuya única herramienta fue la perseverancia. Los emolumentos eran ridículos, y lo eran aún más comparados con los del notario, e incluso con los de la secretaria del notario. Pero me permitían vivir escuetamente en una vivienda alquilada y compartida con dos Testigos de Jehová y ahorrar algún dinerillo para comprarme trajes y lujos ridículos. Así se fue fraguando mi leyenda, lentamente, durante los tres años en los que trabajé en la notaría.
Ahora llega cuando les hablo a ustedes de mi primer encuentro sexual, pero como ya me he excedido de la longitud pactada con el anfitrión y mi intención es únicamente entretener, nunca aburrir, no tengo más remedio que retirarme a tomar un ginger-ale con vodka enfundado en una bata de seda natural, y a esperar que mi concubina me regale los sentidos con un merecido masaje en los pies, como todos los jueves hoy toca.

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