El cebo

Permitidme que empiece con la historia de esta insólita resurrección, la del vetusto y polvoriento blog que un día fue un fabuloso vehículo de comunicación, vanidoso y hedonista a partes iguales. La historia de una vida corta y fulgurante, la de una muerte lenta. La de una existencia anterior a las redes sociales y el vídeo bajo demanda. Un blog como los de antes. Es una historia de arqueología. Digital. Igual que los libros que se almacenan en los desvanes y, desnudos, acumulan estratos de polvo y amarillean, en algún remoto rincón de un disco duro encontré los archivos de la antigua base de datos que un día contuvo todos estos pensamientos, todas estas palabras. Todas las cosas que nos dijimos.

Con el cariño de un artesano que restaura un tesoro desempolvé, procesé, reconvertí, amasé, tamicé y devolví a estos ficheros la dignidad que habían perdido tras pasar años en el olvido. Casi seis años. Ahora he vuelto a poner en su sitio hasta la última palabra que se vertió. 119 entradas. 1840 comentarios. Todo en orden. Como una cápsula del tiempo. O un epitafio, según se mire. Mi intención es que estas palabras se queden aquí, a la vista, de forma indefinida. La apariencia cambiará, quizá con frecuencia, hasta que me decida a adoptar una plantilla o crear una propia. Hay que vestir al muerto, pero sin prisas.

Este blog nació el 29 de julio de 2001 y murió casi tres años después con el último comentario que recogió, uno de Danielle Amphiteatroff. Exactamente el 14 de julio de 2004. Hubo un tiempo en que a diario leíamos las palabras publicadas con los distintos seudónimos que los participantes usábamos para disfrazarnos y salir a escena. Pero he olvidado a algunas personas. Ya no sé quien era Danielle, Chinco Orondo o La Pequeña Scully. Y lo que es peor, no recuerdo si lo supe alguna vez. Seis años en la vida de una persona de treintaypocos es mucho tiempo. Es aproximadamente la cuarta parte de la vida consciente si se me permite descartar los primeros diez años, la infancia, que constituye la base de la persona pero nos proporciona pocos recuerdos vívidos.

Al releer alguno de los pasajes he sentido muchas, muchas cosas. La más destacable, una gran nostalgia que casi me ha hecho llorar. Nostalgia de lo que fuimos y lo que dejamos de ser, de las cosas que perdimos por el camino. También pesar, por la distancia y el desencuentro, por el transcurso del tiempo, y porque me basta cerrar los ojos para revivir la época en que todos, sin excepción, éramos más inocentes y disfrutábamos, creo yo, de los placeres de la vida de un modo más genuino — y con esto no quiero decir que necesariamente disfrutásemos más en términos absolutos –. Las lecturas más interesantes se encuentran entremezcladas en los comentarios. Los posts, por así decirlo, eran en la mayoría de las ocasiones un cebo, una piedra que tiras a un río y que genera ondas y burbujas a medida que se hunde. Cuando tiramos la piedra, ésta deja de ser importante desde el mismo instante en que desaparece bajo el agua. Los comentarios ahora están cerrados, he preferido preservarlo todo en su estado original. Ya he dicho que lo considero un trabajo de arqueología. No vaya a venir nadie ahora a poner las zarpas encima de una pieza recién excavada y la contamine con palabras del futuro.

He lanzado el cebo. Os invito a que ejercitéis vuestro derecho a sentir nostalgia. Como nunca he sido pescador, ignoro la terminología y no sé si el sedal aguantará, si me he colocado en el lugar adecuado del río o siquiera si estoy en la temporada adecuada. Me basta esperar.

Escribir un Comentario

Tu email no será desvelado. Los campos obligatorios están marcados con un *

*
*