Máscaras

Quizá no debas cruzar esa puerta. Yo que tú no lo haría, no sabes lo que hay al otro lado. Defiendes que en esa nueva sala está la mujer de tu vida, que lo sabes porque en un sueño una estrella te lo dijo, te dijo que hoy tomarías una decisión importante y abrirías una puerta a tu corazón. Pero, ¿por qué confiar en los sueños?.
Yo una vez soñé, y te voy a contar lo que me pasó porque desde entonces no sueño. Fue hace algún tiempo, todos eramos más jovenes y quizás por eso, perdón, seguro que por eso, más crédulos e inocentes.


No te diré donde estaba porque no viene al caso, pero si te diré que era otoño, las calles se llenaban de hojas caídas dándole a la ciudad un aspecto impresionante. Empezaba entonces a pintar una nueva colección de oleos, ‘amarillo’, que tú bien conoces porque te regalé el número 3, el único cuadro incompleto de cuantos he pintado, un cuadro único. Llevaba poco en el mundo de la pintura y me pareció gracioso empezar mis pruebas con colecciones sencillas y monotemáticas. Cada colección, un color. ¿Y con qué otro color le podía haber hecho un guiño al espectáculo otoñal de las calles?. El día de mi sueño estaba pintando precisamente el cuadro que adorna tu salón, el cuadro que me hizo famoso. Yo no deseaba ser famoso, deseaba ser feliz, ser feliz pintando y lo conseguí. Cuando pintaba era el hombre más feliz de la tierra, y cuando no pintaba salía con amigos y me divertía en tertulias de café, copa y pipa, una vida perfecta, o casi, porque lo que tú quieres buscar detrás de esa puerta yo tampoco lo tenía. Era feliz, pero no había amor en mi corazón, luego en realidad no era del todo feliz.
Y esa noche tuve un sueño, un sueño maravilloso. Mientras activaba mis sentidos, llenó de esperanza mi corazón y me proporcionó un descanso placentero, pero antes de despertar, un haz de luz blanca me dijo: ‘Si quieres ser feliz, debes quitarte la máscara, mostrar tus emociones y abrir las puertas de tu alma, para que puedas llenar tu corazón’.
Creí que si el sueño me había hecho disfrutar y relajarme tanto como jamás lo había conseguido nada en esta vida, esa frase tenía que ser verdad. Más tarde comprendí que los sueños nos dicen lo que nosotros mismos queremos decirnos pero nos da miedo. Así que siguiendo el consejo me quité la mascará, mostré mis emociones y brindé mi amistad a todo el mundo.
Desde aquel día sólo he vuelto a tener un amigo. Eres tú, mi joven amigo ciego, la única persona de este mundo al que no le importa mi monstruosa imagen, para ti soy igual con máscara que sin ella.
Desde ese día no sueño, no utilizo colores en mis cuadros, y por supuesto sigo siendo feliz pintando, pero sólo pintando.