Dos pájaros multicolores

La figura se levantó y me miró perpleja.
Yo comencé a fijarme en su rostro, insulso y perplejo, y parecía que un sol de lágrimas aflorara de pronto entre sus perfiladas cejas, un sol infinito de odio, mirando, profusamente mi figura.
Tras el devaneo de pupilas retomé la recta pero dos pasos más alla, su delgada mano golpeó mi hombro delgado.
-Se fueron. Musitó
-¿Qué?. Ahora la perplejidad me fue conferida, como una enfermedad genética que salta de hombre a hombre.
-Los echaste. Se fueron. Repitió con una tristeza exacta, aquella que da pavor a las nubes en días de tormenta.
-Disculpe ¿Qué?. Atrapado, agonizante, me sentía secuestrado, privado de mi lento camino, de la levedad con la que afloraban, minutos atrás, los rastrojos otoñales por mis zapatos, incapaz de responder a sus suplicas, avergonzado por un extraño crimen.
-Se han ido. Usted, usted y su ruido los echó, vaya a saber cuando volveran.
Sus manos se extendieron hacía la nada, un rastro de cesped, suelo y luego, con el sigilo de una extraña alimaña nocturna, me apuntaron, y me fije que de su blanco cuello colgaba una hermosa, hermosisima vieja cámara fotográfica.
-Mire, lo siento, perdone. Sea lo que sea lo que haya hecho, diablos déjeme en paz quise retomar el camino amarillo de árboles a medio desnudar, su temblorosa voz me alertó de nuevo.
-Llevaba horas, días, puede que llevase una maldita eternidad aquí, en cuclillas, y vino usted y su maldito ruido, como un tornado o un horfanato despedazándose, y ahora quiere irse, no.
-¿Qué? Ya le dije, lo siento, no entiendo, ¿Qué esperaba?
-Estaban aquí, ahora ya hace mil siglos, ahora sólo me queda usted.
-¿Pájaros?. Atisbé, al fin, el camino de vuelta, sonaron entonces como trompetas, cientos de pájaros vanagloriándose dentro de mi pecho.
-Sin duda, pájaros, en efecto, dos para mayor bendición, azules, verdes y con la cresta roja, ejemplares únicos, tímidos, temerosos, golpeados ya a lo alto del firmamento por su impúdica imprudencia.
Me creció entonces, como una antorcha, un repertorio de preguntas, que hubiese querido trasladar a aquel hombre, que me miraba con profunda lástima sabedor de mi estupida existencia, de mi falta absoluta de tacto, pero tan sólo dije.
-Volverán.
*****
Un místico silencio absorvió la escena, quedamos petreos frente al destino, frente al cielo enrojecido de octubre, a la espera de un golpe de calor, de una pista de acero, de un meteorito, del fin del mundo, el hombre a la altura del hombre y el foco de la cámara, la hermosa cámara alzada en vano a la altura del final de su jersey, sólo, tan sólo ella en movimiento, balanceándose como un trozo de corcho en mitad del pacífico.
Las pupilas ordenaron mecánicamente aquel momento, el hombre, sin previo aviso, me dio la espalda, sus manos estaban realmente vacias, como si un hueco se hubiese originado en el centro de sus blancas palmas, un enorme agujero invisible, creí que jamás podría tocar nada más, embriagado por su lento y silencioso caminar, creí haber dado muerte a aquel hombre, mientras se alejaba, sentí en mi cuerpo una mancha de almidón y sangre y un fuerte y horrendo sabor a herrumbre me creció en el fondo de la boca, escupí con fuerza al suelo.